Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

15 Sep, 2014

RadioShack

Una firma representativa de los valores clásicos del orgullo estadunidense se niega a morir.

A lo largo de casi un siglo de historia, RadioShack nunca se distinguió por la elegancia o la sutileza que presumen otras compañías en sus tiendas. A medio camino entre la tlapalería de la esquina y los grandes almacenes tipo Best Buy, sus establecimientos han sido intermediarios entre el consumidor promedio norteamericano y los fabricantes de dispositivos sofisticados, a los que despojaron de todo halo mágico o de ciencia ficción para hacerlos asequibles.

“El McDonald’s de la tecnología”; así bautizó a la empresa en 1993 el escritor Phil Patton, experto en automóviles de The New York Times y Esquire y autor de libros como Made in USA: the secrets histories of the things that made America en los que ha documentado cómo la creatividad ingenieril es parte del ADN del estilo de vida y la cultura del vecino país del norte.

En un artículo publicado en el número de julio/agosto de aquel año en la revista Wired, Patton reconoce a RadioShack el mérito de popularizar la electrónica gracias a sus locales mundanos y sin pretensiones de refinación, muy cercanos a la estética de los restaurantes de comida rápida y conectados a la filosofía gringa del hágalo-usted-mismo. Los describe como pequeños templos con módulos ordenados, promovidos desde 1939 con catálogos que se arrojan por debajo de las puertas de las casas, y que a la fecha se jactan de tener el toque personal del comerciante de barrio. Según Patton, RadioShack trabajó para extender la cibernética entre los estadunidenses como no lo hicieron en su momento Microsoft ni Apple (la página web de la compañía aún presume que ésta introdujo en 1977 la TRS-80, primera computadora personal producida en masa).

Y es que la creación de la firma está ligada simbólicamente al nacimiento de un país forjado por inmigrantes. Su fundador, el londinense Theodore Deutschmann, forma parte del Salón de la Fama de Emprendedores de The Inmigrant Learning Center —una organización civil con sede en Massachusetts— por haber establecido en 1921, junto con su hermano Milton, el primer local de RadioShack en una calle de Boston, ubicada justo a una cuadra de donde ocurrió la matanza de 1770 que antecedió a la guerra de independencia de las 13 colonias inglesas en el norte de América.

La idea de Deutschmann era abastecer de insumos técnicos accesibles a los aficionados a la entonces novedosa tecnología de radiotransmisión, de ahí que el nombre de la compañía —sugerido por Bill Halligan, empleado de Deutschmann— aludiera a las pequeñas cabinas de madera instaladas en los buques desde donde los operadores emitían ondas hertzianas. Con los años aumentó el número de tiendas y el negocio se amplió a prácticamente todo lo relacionado con electrónica casera, desde aditamentos como antenas y baterías hasta equipos de sonido de alta fidelidad y gadgets.

Por anticuado que suene en nuestros días el nombre de RadioShack, tuvo el mérito de sobrevivir incluso cuando el millonario texano Charles Tandy le añadió su propio apellido a la marca tras comprarla en 1962 y trasladarla a Fort Worth, una operación que la salvó de la bancarrota a la que la llevó una fallida apuesta de ventas a crédito.  Dedicado originalmente al ramo de productos de cuero, Tandy fue quien catapultó a la firma al estrellato de los minoristas, multiplicando el número de tiendas y convirtiéndola en emblema global.

Congruente con su vocación de ofrecer aditamentos para componer aparatos, la firma ha sorteado numerosas crisis, varias a consecuencia de su febril invención de modelos de venta al menudeo y otras por su expansión a otros campos, como ocurrió con el escándalo de dopaje del ciclista Lance Armstrong, del que fue patrocinador.

No extraña ahora que una compañía tan íntimamente ligada al simbolismo de las barras y las estrellas haya elegido el pasado 11 de septiembre (11-S) como la fecha para anunciar que considera declararse en quiebra, luego de reportar diez pérdidas trimestrales consecutivas por las caídas en sus ventas, incapaz de hacer frente a modelos como el de Amazon, que no arrojan volantes publicitarios, sino que llevan el producto a las puertas del hogar. Un fenómeno análogo al de Blockbuster, icono de los videoclubes que no reaccionó a tiempo ante la llegada de Netflix.

Como si fuera un cantante country arrojado por el potro mecánico de un rodeo, RadioShack se debate ante la cruel alternativa de levantarse de nuevo o quedar para siempre unplugged.

marco.gonsen@gimm.com.mx

Síguenos en Twitter @DineroEnImagen y Facebook, o visita nuestro canal de YouTube