Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

21 Oct, 2014

It’s the Rule of Law, stupid! Seamos serios; respetemos y hagamos respetar la ley

En 1992, durante la campaña por la Presidencia de Estados Unidos, James Carville, uno de los integrantes del equipo del candidato demócrata Bill Clinton, acuñó tres frases de las cuales, una es la recordada.

Posteriormente, después de reformada ligeramente, es hoy recurso obligado para darle claridad a ciertos planteamientos. La que perduró en la mente de no pocos, fue la que hoy se conoce así: Its the economy, stupid! (en español, dado que el adjetivo estúpido no es suficientemente claro y eufónico diríamos, ¡Es la economía, tontejo!). La frase cobró vida propia y hoy, todos la adaptamos a las necesidades que plantea el tema del momento sin dar, por desgracia, crédito obligado a su creador, James Carville.

Hoy, el tema del momento en México tiene que ver con la ley y el casi nulo respeto de la misma; con la impunidad y la corrupción, y la colusión ofensiva entre delincuentes y los encargados de combatirlos. De ahí que me atreva a afirmar que aquí y ahora, James Carville habría exclamado: Its the rule of law, stupid!  Esta versión, en traducción libre se escucharía así: ¡Es el Estado de derecho, tontejo!

Veamos las cosas ahora, pero desde otra posición; ¿por qué el centro de nuestros problemas se ubica hoy, precisamente ahí? ¿En verdad somos un país de delincuentes?, ¿acaso hemos llegado tan bajo en lo que se refiere a la ley, y su respeto? ¿Es cierto entonces, que por encima de un andamiaje jurídico que muchos presumen, éste de nada sirve pues es letra muerta? Es más, ¿podemos afirmar que hoy, a casi nadie importa el texto de ley alguna?

No sólo me atrevo a afirmarlo, sino que estoy convencido que dicha afirmación refleja lo que somos, y lo que pensamos de la ley. Para nosotros, la ley es una monserga; no es estímulo sino algo que obstaculiza hacer negocios; que encarece y retrasa, cuando no impide la creación de una empresa. Esta idea nos viene de lejos; es producto de siglos de corrupción e hipocresía social, y de la colusión entre delincuentes y los encargados de prevenir y combatir el delito.

Hoy Iguala, hace unos meses Tlatlaya y el río Bacanuchi en Sonora; más atrás, matanzas de migrantes aquí y allá y por supuesto, centenas de descabezados y cuerpos mutilados.

Lo aceptemos o no, lo que vemos es un eslabón más en esa larga cadena donde no faltaron decenas de cuerpos desintegrados en ácido, una cantidad indeterminada de fosas clandestinas con un número de cadáveres cuyo conteo, yace hoy en el olvido.

Frente a este panorama —que ni la mente más desquiciada pudo imaginar hace unos años—, ¿en verdad, como afirmó un alto funcionario hace tres días, “México inicia el camino hacia un desarrollo sólido, donde será referencia para todo el mundo”? ¿Será cierta tanta belleza? ¿Nuestro país, referente mundial? ¿En qué, por qué y cómo? 

A reserva de abundar en ello, pienso que ya lo somos; México, a fuerza de persistir en lo que bien sabemos hacer y se nos da de manera natural —violar sistemática y cotidianamente la ley, otorgar impunidad total a los delincuentes, y premiar con altos puestos la colusión entre aquéllos y los encargados de perseguirlos y llevarlos ante la justicia—, ya somos referente mundial pero, en todo lo que no debe ser la gobernación.

¡Pobre país!

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