Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

31 Dic, 2020

¿Feliz Año? ¿En qué planeta?

La primera pregunta del título es la conocida expresión usada hasta la saciedad (sin los signos de interrogación) durante los días de las fiestas decembrinas.

Pocos días antes del 31 y en los primeros de enero, lo que solemos decir al amigo o conocido al encontrarlo es ¡Feliz Año! Nada qué agregar; esas palabras lo dicen todo. Algunos, con ganas de verse más detallistas, agregan otras las cuales, finalmente, poco o nada agregan al conocido y muy desgastado ¡Feliz Año!

Sin embargo, las más de las veces, esas dos palabras no pasan de ser una fórmula de cortesía que nadie toma en serio. Tanto el dicente como el que recibe ese aparente buen deseo saben bien que su suerte no va a cambiar sólo porque miles les deseen un feliz año que recién ha comenzado.

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Por ello pregunto: ¿Por qué, ante la cruda y dolorosa realidad que ambas partes están enfrentando, siguen diciendo las palabras mágicas ¡Feliz Año!? ¿Qué lo explica y, sobre todo, qué justifica esa conducta? ¿Acaso pretendemos engañarnos a nosotros mismos al pensar, algunos, que esas palabras alegrarían la vida a quien enfrentará una cuesta de enero a diciembre la cual será, por decir lo menos, muy hacia arriba?

Ahora bien, si todos sabemos la difícil situación que hemos enfrentado estos dos últimos años por haberla padecido, lógico es, ante la nula disposición para llevar a cabo una profunda rectificación, que nadie ignore que todo intento de pintarnos de rosa la realidad que se ve para 2021 sea, por decir lo menos, una simple ilusión. 

Luego, entonces, ¿por qué no empezar a decirnos la verdad, por más dolorosa que fuere? ¿Qué lo impediría? ¿Nuestra propensión a ser políticamente correctos, aún por encima de la aplastante realidad? ¿No sería éste un buen momento para empezar a decirnos la verdad y dejar esa visión para bebitos que todo lo pinta de rosa?

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La realidad, en todos los rincones del planeta, jamás ha sido fácil; tampoco las mejoras alcanzadas han sido obtenidas sin esfuerzo alguno de nuestra parte. Los cambios han sido producto, siempre, de decisiones impopulares y dolorosas; jamás fáciles y menos, lo repito, inocuas para todos. En algunas épocas el precio a pagar ha sido bajo y en otras, gigantesco; el que lo dude, revise la historia para que deje esa ingenuidad o sueño de opio.

Por lo anterior, desde hace algunos años —durante estos días—, suelo matizar ese ¡Feliz Año! Procuro abstenerme de caer en el desgastado lugar común y, a cambio, sin consideración ni eufemismo alguno, le expreso al amigo, familiar o colega, una frase con la cruda realidad o con las palabras necesarias y suficientes para que se prepare para lo que viene.

Algunos toman filosóficamente mi gesto y sin duda se dicen: Es el Ángel de siempre, no tiene remedio. Otros se molestan, pero, al reencontrarnos allá por mayo o junio, me dicen: ¡Cuánta razón tenías!

Por lo anterior, pues, no debo decirle ¡Feliz Año!, salvo que usted esté listo a preguntarme como respuesta: ¿En qué planeta?

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El 2020 será coser y cantar frente al próximo. Convencido de ello, ¿cómo podría decirle a usted —sin ruborizarme por la mentira— que tenga un ¡Feliz Año Nuevo!?

 

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