Luis Enrique Mercado

Perspectivas

Luis Enrique Mercado

20 Abr, 2020

Estalló la nueva crisis petrolera

Se cumplió un largo ciclo y finalmente Petróleos Mexicanos (Pemex) pasó de ser una solución para las finanzas públicas a ser un verdadero dolor de cabeza que afectará la calificación de la deuda soberana del país y podría desatar una crisis financiera que profundizaría los problemas económicos que ya se tienen.

La realidad es que todos los gobiernos del México moderno usaron a Pemex como la fuente de recursos para financiar al país; todos, aprovecharon los abundantes recursos petroleros y los elevados precios del hidrocarburo para solventar las finanzas públicas.

México, como le sucede a la mayoría de los países que tienen petróleo, no hizo nunca una reforma tributaria para financiar el gasto público con impuestos y no gastando los ingresos petroleros.

Pemex tuvo siempre los peores vicios de las empresas paraestatales: ineficacia, corrupción y contratos colectivos irracionales.

En le época moderna, dos veces se trató de cambiar el rumbo de la empresa. Una, en el gobierno de Felipe Calderón, quien planteó una reforma energética que el Partido Revolucionario Institucional tiró a la basura; la segunda, con Enrique Peña Nieto, quien realizó la más amplia reforma energética desde la nacionalización petrolera, encaminada a modernizar al sector.

Esta reforma, que entre muchas otras cosas incluía la participación del sector energético en la exploración y explotación del petróleo, virtualmente fue cancelada por el actual gobierno.

Asimismo, puso al sector petrolero en las peores manos posibles, que insiste en basar el desarrollo del país en una empresa financieramente quebrada y lo único que ha conseguido es que los bonos de la empresa hoy sean considerados “chatarra”.

La crisis de Pemex no nació con este gobierno, Pemex ha estado mal manejada por décadas y hoy sólo se le dio la puntilla.

 

¿CUÁL SERÍA LA SALIDA?

Resucitar la Reforma Energética de Enrique Peña Nieto para atraer inversión privada a la exploración y explotación del petróleo, redimensionar a Pemex, rehacer el contrato colectivo de trabajo con el sindicato y crear una estrategia financiera que convenza a los mercados financieros de que la empresa tiene salida.

Insistir en que Pemex salga adelante por sí sola es encaminar al desastre a las finanzas públicas, poner en peligro la calificación de la deuda soberana de México y poner al país en peligro de un default de la deuda externa.

Y aun eso no será suficiente. Sin ingresos petroleros, hoy más que nunca es indispensable una reforma fiscal que permita aumentar la recaudación de impuestos y financiar al país con eso y no con petróleo; y por el lado del gasto, reacomodar el gasto público para que se gaste con mayor eficacia y se canalicen los recursos a lo prioritario y no a las obras que se le ocurran al presidente en turno.

Si este problema de Pemex se trata con el mismo desacierto que la crisis financiera que el COVID-19 ha profundizado, nos encaminamos a una verdadera hecatombe económica.

 

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