Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

25 Jul, 2018

Odio Internet

Esta columna no es una buena columna. No lo es porque, más bien, pretende ser una reseña. Y muy probablemente tampoco sea una buena reseña porque intenta infructuosamente emular el estilo del libro reseñado: una novela cuyo propio autor dice que no es una buena novela.

Se trata de Odio Internet, del estadunidense de origen turco Jarett Kobek. No es un autor que tenga melanina en el estrato basal de su epidermis. Esta frase es la fórmula que el escritor emplea recurrentemente para describir el color de la piel de sus personajes, reales y ficticios.

Odio Internet, publicado en español por Lince Ediciones, está disponible en México en papel dos años después de que apareciera en inglés con el título I hate the internet (Ed. We Heard You Like Books, EU, 2016) y obtuviera una reseña positiva de The New York Times.

Cosa curiosa, porque en un pasaje del libro, Kobek asegura que The New York Times está dejando de ser el principal periódico de Estados Unidos para convertirse en una página web hecha para satisfacer los presuntos caprichos del creciente público juvenil. Signo de la quiebra moral de una prensa que perdió influencia para cederla a celebridades que miden ésta según su número de seguidores.

Pero, entonces, ¿por qué reseñar Odio Internet si, según su propio autor, no es una “buena novela”?

Por eso, precisamente. Porque Kobek refiere que no es una “buena novela” según el concepto creado por la Agencia Central de Inteligencia estadunidense, órgano de espionaje que financió literatura culta porque creyó que le ayudaría en su lucha propagandística contra los rusos (un episodio real que aborda el libro Finks: how the CIA tricked the world best writers, de Joel Whitney, no citado por Kobek, por cierto).

Y justo también porque este breve apunte sintetiza la esencia de Odio Internet, que no es más que el relato sobre una dibujante de historietas que enciende las redes a causa de las irreverentes opiniones que dio en una conferencia a estudiantes, grabada en video sin que ella se diera cuenta y luego subida a YouTube. Una trama sin mayor intriga, pero que da pretexto al autor para decir lo que realmente le interesa.

Así, a lo largo de 252 páginas, Kobek suelta una vasta colección de estampas ácidas en las que se burla de la historia y los valores estadunidenses, el racismo, la misoginia, la industria del cómic, la música pop, el lenguaje coloquial californiano (plagado de muletillas tipo “como” y “¿sabes?”) y, sobre todo, internet.

Porque internet es una cosa como que se sabe vender muy bien, ¿sabes? Le hace creer a la gente como que transforma al mundo, ¿sabes? En realidad, no transforma nada. Simplemente, vende muy bien la idea de que transforma al mundo.

Un ejemplo es el activismo. Miles de personas creen que construyen una sociedad mejor cuando publican opiniones por medio de dispositivos ensamblados por esclavos en países orientales. En realidad, dice Kobek, sólo aportan tráfico para que los dueños de Facebook y Twitter cosechen más dinero. Igual que la Primavera Árabe, un conjunto de protestas en las que se exageró propagandísticamente la relevancia de esas redes sociales creadas por empresarios de San Francisco.

Kobek narra cómo esa ciudad –la más bella de Estados Unidos y también donde habitan las personas más insoportables de ese país– se gentrificó gracias al “capital riesgo” que encareció viviendas expulsando a sus inquilinos originales. Esa nueva fiebre de oro produjo también una generación de vacas sagradas a las que despedaza sin piedad, de Sheryl Sandberg a Marissa Mayer, pasando por los fundadores de Google, una empresa de publicidad que vende la idea de que genera innovación.

Su ironía denuncia además la hipocresía en la que el discurso de odio, los prejuicios y la maledicencia también sirven para enriquecer a las tecnológicas. Por eso corren por las redes como el agua de un río y a ninguna de las grandes compañías les interesa ponerles dique.

El libro de Kobek no pierde actualidad, pues sus anécdotas no son tan distintas a las que nutren las noticias hoy en día. Como cuando Mark Zuckerberg dice que no bloqueará en Facebook a los negadores del Holocausto. Como cuando Elon Musk aprovecha el rescate de niños en una cueva de Tailandia para publicitar sus submarinos. Como cuando Disney despide en 2018 a un director de cine por unos tuits controversiales publicados en 2008.

Como que eso hace que internet siga siendo odioso, ¿sabes?

marco.gonsen@gimm.com.mx

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