Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

9 May, 2018

Poscensura

Desde finales del año pasado, la palabra “posverdad” fue integrada al Diccionario de la Real Academia Española, que la define como “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.

El director de la RAE, Darío Villanueva, recordó en una entrevista con La Voz de Galicia que el término obtuvo reconocimiento global en 2016 cuando el Diccionario Oxford designó palabra del año a su equivalente inglés, “post-truth”. Pero hace una distinción: mientras que en inglés es un adjetivo, posverdad funge como un sustantivo en español desde el año 2004.

En cualquier sentido, el vocablo cobró fuerza con el Brexit en Reino Unido, la elección de Donald Trump en Estados Unidos y –agrega Villanueva– el independentismo catalán en España, procesos en los que las redes sociales fueron vehículo para la diseminación de mentiras que fueron tomadas como ciertas.

Desde hace un año se acuñó también en lengua castellana un sustantivo similar, que designa otro fenómeno propio de la era digital, en el que acciones políticas y sociales se ven condicionadas por estados anímicos. Se trata de “poscensura”, término que sintetiza cómo las comunidades virtuales imponen límites a la libertad de expresión.

Este concepto es desarrollado por el escritor Juan Soto Ivars en el libro Arden las redes. La poscensura y el nuevo mundo virtual (Debate, Penguin Random House, España, 2017). Ahí, el autor reflexiona sobre cómo la irritación domina buena parte de las interacciones en Facebook y Twitter, donde no es tan fácil expresar una opinión contraria a la que sostienen facciones más ruidosas. Una censura que, a diferencia de la antigüita, no ejercen los gobiernos o los grupos tradicionales de poder político o económico, sino ciudadanos de a pie, pero con sed de protagonismo. Aunque ejemplifica con casos españoles, el texto refiere polarizaciones que se asemejan a las ya vividas en varios países, incluido México.

Con sus variantes, la dinámica suele ocurrir así: un personaje público incurre en una conducta considerada ofensiva o inapropiada, la cual es denunciada por usuarios de redes. Como bola de nieve, la ira va contagiando a tuiteros y facebookeros que elevan el escándalo a la categoría de trending topic. Además de asestar todo tipo de insultos y agresiones al presunto culpable, la mayoría indignada exige no sólo boicotearlo en el universo virtual, sino aplicarle un castigo ejemplar en el mundo real que le duela en su reputación, su orgullo o su bolsillo.

No exento de sus propios puntos de vista apasionados sobre el tema, Soto Ivars intenta una descripción objetiva del proceso que da lugar a esta especie de linchamientos digitales. En la génesis de éstos confluyen varios factores. Curiosamente, uno de ellos es la propia libertad de expresión que facilita la red, convertida en válvula de escape de las tensiones de una sociedad (las cuales, dicho sea de paso, se exacerban en épocas electorales y no siempre encuentran una salida civilizada).

Otro elemento es el llamado efecto de desinhibición en línea, que envalentona a muchas personas a ser extremadamente groseras y agresivas cuando se parapetan detrás de un avatar, con una intensidad que no sostendrían si tuvieran a su “adversario” de frente y viéndolo a los ojos. A esto se añade la precariedad de varios medios de comunicación, cuyos portales noticiosos recogen el enojo momentáneo de la multitud y lo transforman en noticia para acumular clics.

Pero lo más paradójico es que buena parte de estas batallas se libra en nombre de causas nobles y humanitarias como la diversidad racial y sexual, la equidad de género y la atención a grupos vulnerables, entre otras. Varios de sus autonombrados defensores se caracterizan por asumir una actitud de superioridad moral que los autoriza a señalar con dedo flamígero a quienes consideran detractores y demandan que sean silenciados.

Guardianes del lenguaje políticamente correcto, estos cruzados contemporáneos dicen combatir el discurso del odio, pero lo hacen con una beligerancia tal que más bien pone en duda la nobleza de sus intenciones. Parecen más interesados en ganar una batalla cultural en el ciberespacio que en hacer del mundo un lugar genuinamente mejor.

Como bien apunta Soto Ivars, es prácticamente imposible un debate racional en este entorno de las redes sociales que bien haríamos en bautizar como posapocalíptico.

marco.gonsen@gimm.com.mx

 

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