Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

30 May, 2018

Space Invaders

“La vida de un escritor no es tan independiente y monástica como algunos quisieran pensar”. Con estas palabras se refiere Martin Amis al recién fallecido narrador estadunidense Philip Roth, en una breve semblanza publicada el pasado sábado en The Guardian. Aunque la frase quizá también aplique al afamado novelista británico en una etapa de su vida de la cual pareciera no querer acordarse.

Y es que hubo un momento en el que el autor de Dinero y Campos de Londres fue presa de una adicción que lo hizo encerrarse en los antiguos locales de videojuegos para eliminar hileras de monstruos y platillos espaciales. Ahí formó parte de una extraña tribu urbana que dilapidaba peniques durante las madrugadas en las ranuras de luminosas y estridentes máquinas tragamonedas.

Con la misma prosa ágil con la que hoy escribe el obituario de un gigante literario, Amis publicó en 1982 Invasion of the Space Invaders (Editorial Hutchinson), un libro ilustrado de no ficción del que debió arrepentirse muy pronto porque no autorizó que se reimprimiera. Los escasos ejemplares que aún quedan de la primera edición se cotizan en cientos de dólares o libras en eBay y Amazon, y en Google sólo se pueden conseguir unas cuantas páginas que una anónima alma caritativa digitalizó en formato PDF.

Convertida la versión original en objeto de culto, esta obra puede ser conocida en español gracias a la editorial Malpaso, que la publicó en enero de 2015 bajo el nombre de La invasión de los marcianitos. Aunque es una bonita edición en pasta dura con cantos de color verde, en la traducción se pierde mucho del sentido original que desde el título se concede a Space Invaders, el videojuego japonés que cumple 40 años el mes que entra.

Más allá de sus virtudes literarias o su interés meramente anecdótico, el libro de Amis representa la más fiel narración en tierra del furor que se apoderó de una generación de jóvenes –algunos no tanto–, virtualmente abducidos por naves y extraterrestres. Con asombro casi infantil, Amis observa la conducta de miles de enganchados capaces incluso de comerciar sexualmente con su cuerpo, con tal de obtener las fichas que los transportaran a batallas galácticas en establecimientos cerrados e intencionadamente oscuros para subrayar aún más el contraste con la luminosidad de las pantallas.

Pero lo más notable es la devoción que el literato profesa a Space Invaders, creación del ingeniero y diseñador Tomohiro Nishikado, que fue lanzada en junio de 1978 por Taito. Es el mayor éxito de la compañía japonesa fundada por el judío ucraniano Michael Kogan y cuyo giro era la importación de rocolas antes de incursionar en la industria del videojuego.

Amis le da a la compañía nipona el crédito correspondiente con estas palabras que también definen a Space Invaders: “En lo alto de la fantasmal torre donde se aloja Taito Inc., equipos de sicólogos y expertos en informática le dieron muchas vueltas al tema hasta que, en 1978, desvelaron su legendario paisaje: un escuadrón de insectos gordos y plateados chisporroteando hacia un tanque solitario que dispara y después se oculta tras cuatro escudos verdes”.

Space Invaders, escribe Amis, “merece el respeto que se le debe al más antiguo integrante de una familia, aun cuando todos admitamos que el viejo muchacho se ha vuelto un poco más aburrido”. Aunque inmediatamente después aclara que su principal innovación fue darle al videogame un sentido de auténtico drama épico.

Así, con la misión de defender el planeta, el jugador se convertía en el héroe de una novela, a diferencia de los que simplemente se entretenían rebotando una pelotita electrónica.  No extraña, dicho con sus palabras, que unos meses después del aterrizaje de los invasores espaciales, las cabinas telefónicas en Japón quedaran inutilizadas por la escasez de monedas: todas las habían acaparado los aliens.

Como si de alguna forma profetizara la crisis de la industria de 1983, Amis alcanzó a esbozar unos apuntes de cómo las batallas siderales iban perdiendo impulso, incluido un Space Invaders que desde entonces ya comenzaba a perfilarse como lo que es hoy, un objeto de nostalgia.

Amis lamentó que las aventuras interespaciales fueran desplazadas por entretenimientos anodinos para él como Frogger y Donkey Kong, y pronosticó que éstos no durarían porque son “mortalmente aburridos”. Es claro que erró el tiro.

marco.gonsen@gimm.com.mx

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